En Tafí del Valle se ha encontrado, en la "Ruta de Birmania" (camino que lleva al Ojo de Agua y que pasa por detrás de la Loma del Pelao), una piedra con una pisada de este animal.
Se comenta que sólo un hombre con mucha Fe o muy valiente puede escapar de su infalible ataque. Para repelerla o defenderse se debe repetir tres veces "Jesús, María y José".
Algunas personas dicen que el Alma-mula es el Diablo mismo.
Elena Bossi en Seres Mágicos, nos cuenta que la Mulánima es una mujer condenada que se transforma de noche, con la primera campanada de las doce, en una mulita chica, que anda galopando y arrastrando cadenas, mientras da rebuznos estridentes y desesperados. La misma autora narra que el grito de la Mulánima es a veces como un relincho y otras como un llanto de mujer… y que el periplo de este ser termina en la puerta de una iglesia, emprendiendo el camino de regreso.
“Lleva las riendas suelta, de modo que al correr las pisa y se lastima la boca con el freno” cuenta Elena Bossi, lo que agranda aún más la desesperación del fabuloso animal. Hasta se dice que sale mayormente en tiempos de tempestad y que ataca las majadas, comiendo algunos animales y dejando otros heridos.
Juan Carlos Dávalos, el gran escritor salteño, relata que un peón suyo, “allá por los 20”, llevando un arreo en las cercanías de los nevados del Acay, se separó del grueso de la tropa para buscar un ternero perdido… le llegó la oración en la travesía y cuando volvía por una estrecha huella del cerro, vio a la lejanía una pequeña luz que se acercaba rápidamente… el viento que corría del mismo lado trajo el vaho azufrado… cuando se dio cuenta que es lo que se acercaba… era tarde… de frente y dando horrorosos alaridos y tirando fuego por los ollares, venía galopando desenfrenada una mula del tamaño de un caballo grande… Hallaron al criollo con el rostro desencajado y el pelo y los ensillados quemados… casi mudo… apenas pudo balbucear el encuentro y su corazón no resistió más… entre congelado y aterrorizado, el pobre no era más que un guiñapo… lo mismo que en la Ruta de Birmania, arriba mencionada, en esta senda del Acay también quedó marcada una huella en la piedra pelada… “que las hay… las hay” Cuentan que en cierto lugar en la región cuyana existía, hace muchos años, un bosque impenetrable donde habían hecho su guarida unos temibles bandoleros.
Un día, pasó por las cercanías del bosque un matrimonio de paisanos que iban haciendo un largo viaje a caballo y llevando consigo un niñito de pocos meses. El niñito era moro, es decir, todavía sin bautizar.
De improviso, fueron sorprendidos los viajeros, por cuatro forajidos, los que sin hacer caso a las súplicas del matrimonio, dieron fin con ellos asesinándolos bárbaramente. En los últimos instantes la madre les había rogado que respetaran la vida del niño, pues era moro, sin lograr conmoverlos. Al contrario, tomando uno de ellos al niño por las piernitas lo estrelló contra un árbol. Entonces se oyó desgarrador, un ¡ay! que lanzó al expirar el niñito.
Internáronse los bandoleros en el bosque y al comenzar a repartirse el botín, vieron aparecer entre las sombras de la tarde que caía un enorme pájaro negro, totalmente desconocido para ellos y el que, luego de describir enormes círculos sobre sus cabezas, lanzó un grito que era como el de un ser humano, repitiendo por tres veces el ¡ay! desgarrador del niñito que acababan de ultimar.
Paralizados de espanto quedaron los bandoleros. Y cuando quisieron reaccionar, ya el pájaro había desaparecido.
Cuentan que los bandidos ya no tuvieron sosiego: que a toda hora los perseguía el ¡ay! del niñito moro. Y que, enloquecidos, fueron muriendo uno tras otro, agotados por la sed, el hambre y los remordimientos sin atinar a otra cosa que a taparse los oídos con sus manos para no oír el grito del niñito sin bautismo al que, junto con sus padres, tan bárbaramente asesinaron.
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